viernes, 14 de noviembre de 2014

Así hablaba Zara

No le gusta el silencio,
se libró de su tiranía hace tiempo
y ahora lo detesta,
su curiosidad es hacia el ruido,
hacia el ruido que hace el golpe del martillo
contra la roca, hacia el ruido que hace el corazón enamorado
de un animal salvaje galopando sobre ella,
y sus ojos tienen el ruido de las espadas al chocar
pero no combate en guerras absurdas, ni una,
esas batallas entre perros no van con ella y
olvida las ofensas
con el canto indiferente
de un arpa liviana y ligera,
esos ojos jamás miran los verdes campos donde echarse a descansar
donde habitan los santos
los callados
y los tiranos,
en esos campos de paz,
en esas cuevas en mitad del camino
ella solo está de paso
sin atender demasiado
y sin explorar
y con una simple mirada 
ya sabe lo que hay detrás,
ya vivió en una de esas cuevas
y ya sabe que no le gusta el silencio tétrico
ni el eco profundo
ni la oscuridad,
esos ojos solo miran hacia las cumbres despejadas
y hacia los caminos que van hacia arriba
como una obsesión insana
¡cómo observaban desde mi cueva¡
y que limpieza trajeron,
y ¡que placer leer en ellos¡
podríamos emborracharnos de oscuridad
aqui escondidos, olvidar el ruido, le dije,
y tardó un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos
me enseño como se despide.
Ahora la veo saltar de cumbre en cumbre
en la lejanía y tambien entrar en algunas cuevas a descansar
durante un par de días
pero se va rápidamente sin mirar hacia atrás,
y hasta zaratustra sale de la suya
añorándola
y luego disimuladamente mira a su alrededor
y con su águila y su serpiente se pone a hablar él solo con el sol

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