Hay una caseta alejada de los turistas que es donde se guardan
los instrumentos de jardineria, está separada del resto del parque por un seto a
media altura con unas 10 mesas cubiertas por árboles altísimos que dan sombra
con pequeños puntos de luz nerviosos moviéndose sobre las personas y sus
jugadas,
en una de las mesas hay un corro de gente comentando la
partida y algunos pasándose cervezas y canutos, son gente que no tiene mucho
que hacer, se conocen entre ellos de pasarse el dia entero ahí jugando al
ajedrez, la mayoría llevan ropa vieja y descuidada como corresponde a gente que
no trabajan pero sobretodo que no le importa nada su aspecto, en cada una de las
otras mesas está repetida la imagen de 2 jugadores uno enfrente de otro, como
en un duelo, sin hablarse entre ellos, sin gente alrededor, con los mismos
gestos en una mesa y en otra casi como en una en coreografia, las mismas
posturas, tocando el reloj en intervalos de tiempo como si formaran parte de
una orquesta ensayando y con la mirada fija en el tablero,
un señor que acaba
de llegar saluda a otro que está jugando en una de esas partidas, pero aunque
le ha visto no contesta, esta en trance pensando en una jugada malísima, en el
ajedrez como en todas las disciplinas hay un momento en que entras en trance, igual
que los corredores de larga distancia cuando les dejan de pesar las piernas y sienten
que vuelan, o igual que los boxeadores cuando ya han roto a sudar y les dejan
de doler los golpes y el miedo y empieza el intercambio de golpes que pone a todos
los espectadores rugiendo en pie menos a las rubias arregladísimas que van a
ver los combates en las primeras filas , ese trance en el ajedrez es mas místico,
hay un momento en que la memoria parece un objeto mecánico que puedes manipular con
las manos, parece que puedes llevarla
hacia adelante y hacia atrás como quien pasa las páginas de un libro con los
dedos, puedes volver a la verdad y a la lógica de una estrategia sin perderte
en la subjetividad de los pensamientos abstractos como si fuera una cuerda que
te guía dentro de una cueva, me encanta ver a las personas cuando están en ese
estado de concentración igual que me ecanta ver ese trance en algunos libros cuando
se puede sentir que han sido escritos sin ningún tipo de duda en esa especie de
estallido continuo de nervio y de luz bajo el contraste de alguna noche tranquila
y oscura como esta…
…Llegué a casa y en
lugar de música algún vecino había puesto en sus altavoces el audiolibro de la vida
es sueño de Calderón, había muchos vecinos asomados, podría ser cualquiera de
ellos desde los balcones tan enfermizamente simétricos y a la vez tan desordenados,
o quizá solo estaba en mi cabeza, y resonaba entre las paredes de mis
pensamientos como resonaría hace 4 siglos entre los edifcios, ya cerrados los
bares, entre todas las calles irregulares y caóticas, con las chicas haciéndose
remolinos con un bolígrafo en el pelo mientras entran en internet pseudo
iluminadas por los flexos, con las ventanas cocinando niebla desde sus
extractores, con la noche como un gato negro tuerto con un solo ojo amarillo observándo tranquilo a los murciélagos que
rugen nerviosos, con los timbres de los teléfonos que no cogen los viejos y no
dejan de sonar a lo lejos, con ese calor tan angustioso que sale del suelo, con
el silencio como un cauce invisible entre los edifcios por el que resuena cada
vez mas profunda la parte de sueña el rey que es rey, y entonces todos los
diferentes colores que había, desde el negro del gato hasta los amarillos de las televisiones y los salones, todos los
sonidos y todos los pensamientos se empezaron a deshacer al mismo tiempo, dios
mio, hasta las palabras perdieron su forma, os lo juro, y soñé despierto que
todo esto era parte de un mismo lienzo que
se estaba deshaciendo, que las palabras solo son la parte visible de la lírica,
su antimateria, igual que nosotros somos la parte visible de la sociedad y del
tiempo, y soñé despierto con caballos asomados a las ventanas mirando a las
personas acostadas esperando a que despertaran, algunos eran de verdad y otros
metálicos oxidados hechos a mano, y me bajé con la bicicleta antes de que todo
esto acabara para dejarme llevar por su lírica sin tener que dar pedaladas a
lanzarme al rebufo de los autobuses y adelantarles cuando frenan en las curvas
cerradas y ponerme a su altura hasta que se alejan con ese estruendo que hacen los autubeses cuando
aceleran por la noche.