sábado, 10 de marzo de 2018

EL TRANQUILO OESTE

No me pongo delante de la arcilla
con una idea clara
como esos que dicen voy a hacer un tipo lanzando un disco
o un tio sentado en una silla
yo me pongo delante de la nada sin saber que voy a hacer luego
solo pensando en a sacar la rabia
o una risa tonta
un sentimiento de belleza
o lo que tenga dentro,
y luego ya si a eso
le doy una forma viva o reconocible
como una casa
una persona
o un cuento
pero lo que de verdad me mueve a hacerlo, mi motor,
no es la forma
ni la trama
es solo el sentimiento,
y luego ya va apareciendo
una idea deambulando que no es mas que un sobre de ketchup estallado
contra el suelo, la cara de asesina de la luna llena
en una noche de cine negro,
unas piernas tan largas como una limusina tratando de doblar
entre las esquinas estrechas del centro viejo de una ciudad,
un señor observando delante de una cascada de agua clara
que no es más que
un socavon inmenso
del parking de un edificio que están haciendo nuevo,
y solo él se ha ganado el derecho a llevar un sobrero
para que no escapen sus recuerdos
ahora que está arrinconado por el tiempo,
y unos hermanos discutiendo por el patinete agarrando el manillar
y la madre patria sentada en la banco desesperada,
los que piden en los semáforos haciendo juegos malabares
y lanzando muy altos las bolas
hasta el cielo
pero cayendo luego aún más rápido
igual que les pasa a los que lanzan verdades,
y que no falte uno de esos que se ponen con el didgeridoo
en el parque, es extraño que a alguien le guste tanto ese instrumento,
podría pasarme la vida entera escuchando sus canciones sin melodias
ni estribillo
y con solo lo que sale dentro
hipnotizado
igual que me pasa con el flamenco,
y que no se me olviden los camellos que venden marihuana de temporada
con sus conversaciones absurdas
que no llegan a ningún lado, ni a ninguna parte y
que nadie se cree,
como las que tienen los hombres santos y buenos,
y colocar todas estas pequeñas figuras costumbristas
intentando hacer que rimen entre ellas
en la estanteria
o que estén ordenadas por tamaño
o por ritmo
o por una historia detrás,
y por encima de todas una mujer que va a trabajar con el uniforme de diosa
y el tintineo de sus tacones debe sonar a dinero cayendo contra el suelo
porque todos miran para atrás cuando pasa ella,
y todas las figuras van mezcladas con una musiquilla
acelerada
y nerviosa
que es un himno que suena constante
como el hilo musical de un centro comercial
que no se de donde sale
pero que tiene que ver
con el adn de un hermoso animal salvaje trazando un plan de ataque nocturno
a un poblado humano
cuando ya no le dejan otra salida,
o las razones que impulsan a las personas que te cruzas y que no conoces,
o la receta secreta del pastel de una abuela,
como el sentimiento de culpa por no saber defenderse de las injusticias,
como el otoño sobre los parques de las ciudades
donde suena un tambor constante,
como el encargo que tienes mañana y que no te va a dar tiempo a hacer
y suena de fondo en tu cabeza mientras sales del metro y haces transbordo
todos los dias a la misma hora,
ese sonido tiene que ver con la forma que se le va dando a la nada
poco a poco sin pensar en ella

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