viernes, 24 de febrero de 2017

el ascensor está bajando

He olvidado el tiempo
y ya solo queda algo
que dice hola, adiós
y pase usted primero,
mirando al suelo
veo que mis zapatos tienen un agujero,
mientras saco las llaves y las observo
y entonces ya si
hablo del tiempo;
parece que hay unas nubes extrañas en el cielo
pero no van a descargar dice el vecino por decir algo,
mientras,
yo juego con el llavero,
en mi llavero hay llaves que hace años que no utilizo
y no se porqué no las guardo en un cajón o las tiro,
son llaves que ya no sirven para abrir ningun puerta,
solo sirven para abrir las puertas viejas de bisagras oxidadas
a los pensamientos del pasado,

la última vez que utilicé esta
con la que ahora juego entre las manos
me despedia de una niña con un hasta-luego sin saber que
era un hasta-nunca y
fue hace mas de 20 años,
y cuando me miro en el espejo del ascensor ya ni siquiera me parezco
a esa persona,
recuerdo que mi alma murió poco a poco,
el alma puede morir y reencarnarse o mutar
en algo completamente diferente y
no es como los cuerpos
que cuando mueren ya no hay vuelta atrás,
mi alma no murió en ningún accidente
ni con una puñalada por la espalda
ni se suicidó,
fue
algo parecido a una larga enfermedad lo que la fué matando lentamente,
ya nada me gustaba, no sabría explicarlo
pero recuerdo que estaba rodeado
de símbolos pesados;

en aquella ciudad del este había estado nevando
durante 5 días enteros
sin respiro
y la calle parecía el infierno congelado,
no me gustaba nada la nieve
no se podía salir a la calle
ni se veía el sol,
pero de alguna forma sabía que cuando se derritiera del todo
mi alma moriría,
así que rezaba porque no acabara nunca de nevar
y vigilaba por la ventana para que no se deshiciera
y me alegraba al ver que aun había zonas blancas en los tejados,
pero cuando ya no quedó nada
mi alma murió por primera o segunda vez,

y luego salió el sol inmediatamente
y con él una primavera adelantada
y el cielo azul brillaba resplandenciente
y la ciudad parecía una sinfonía de árboles verdes,
pájaros cantores de colores, y mujeres con alegres vestidos de flores
con sus piernas al aire caminando al compás
como diciendo que la vida sigue
sin ni siquiera guardar un minuto de silencio.

Ahora
las naranjas en la cafetería caen por el tobogán
una tras otra
y las tazas y los platos de los cafés chocan como cristales
rompiéndose
y en la calle las mujeres arrastran los carritos del supermercado
que suenan como trenes de carga que pasan despacio
por una estación fantasma de adoquines y niebla, y un puerro
sobresale horrorizado del carro de la señora ante el espectáculo
de humo y bocinas
que se desliza por la calle
como una serpiente metalizada
con escamas de lexus, seat ibiza y taxis blancos,
y me subo a la serpiente
como me subo al silencio de la casas,
y pongo la radio
como escucho la lavadora en centrifugado,
y por la ventanilla veo las ramas de los arboles
como garras del cielo gris del invierno
tratándo de decirme algo en el lenguaje de los sordos
y desde primera hora de la mañana
y durante todo el día
suenan las campanas de las iglesias
repicando funeral en este inmenso infierno gris,
todo va poco a poco, y si mi instinto no me falla
cuando deje de oir las campanas mi alma morirá otra vez
y si no cuento mal, voy a por mi tercera o cuarta muerte

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